domingo, 7 de febrero de 2010

Metamorfosis I


"Las últimas palabras del centauro"

Texto de Anabel Rodriguez.



Mi tiempo, nuestro tiempo, se agota. Será más correcto decir se agotó, sin más. Debimos darnos cuenta cuando Apolo no regresó al Monte Olimpo, cuando los hombres comenzaron a construir a nuestro alrededor fingiendo que no nos veían. O tal vez sea cierto, ¿es posible que entonces ya no existiéramos? No lo sé. Poco a poco todo se fue viniendo abajo: pequeñas grietas; columnas que caían y no podían ser reconstruidas; árboles que desaparecían en mitad de la noche vaciando el paisaje de verdor; rayos y truenos que no asustaban a nadie; maldiciones que carecían de efecto entre los mortales. El hogar de los dioses desaparecía sin que pudiéramos evitarlo. Los humanos volcaron su amor y celo en otras deidades, tal vez más justas y dignas de ser respetadas. Puede que no, con los hombres nunca se sabe. Así, según caímos en el olvido, escombros de herrumbre conquistaron lo que fue un paraíso.
Sí, se desgastaron dioses, semidioses, héroes, sirenas, quimeras, centauros y demás seres de mal vivir. Pasamos de la realidad al mito, al relato anecdótico que se cuenta para desterrar los temores más ocultos, y con eso, perdimos cualquier derecho sobre lo que fue nuestro hogar.
Mira a tu derecha. Aquel barco que un día fue la gloria de los mares, Argo creo lo llamaban. A pesar de ser construido por un hombre, tambien quedó varado tras un muro de indiferencia, sin posibilidad de redención, perdido en el paisaje.
Me muerdo los labios mientras observo como los humanos nos rodean sin vernos y no dejo de preguntarnos donde estamos nosotros. Si es que realmente estamos, o si sólo somos una sombra que se petrificó en la conciencia colectiva. Podría ser así, de hecho la sangre ya no me hierve, a veces dudo hasta de que fluya, tal vez yo tambien pase a ser piedra. Roca en desuso, dura, fría, gris. Abono de las ciudades, del presente. Desperdicio de un pasado que se difumina a mí alrededor. No cabe llorar. Ni tan siquiera puedo huir porque mis huesos están aferrados a este lugar como las raices de un olivo a la tierra. Permaneceré vigilante, observando como se alarga mi sombra, esperando el nuevo cambio que sin duda llegará. No te engañes, en este planeta, que en lugar de Metamorfosis algún bobo dio en llamar Gea, todo cambia, fluye sin remedio. Mi esperanza, mientras la tarde alarga mi sombra en el suelo, es estar ahí, ver que me deparará el mañana.